Lata de reservas

Hoy mientras hablaba con María

noté que una antigua

cicatriz que tengo desde niña

en mi dedo pulgar izquierdo

se enrojecía nuevamente.

He querido ignorarla

aunque cada vez la herida

retrocede en el tiempo

y parece haber ocurrido hace poco.

Tendría trece, catorce o quince

y me hice una herida con el filo

de una lata de reservas.

Algo tan nimio y mal sanado,

pensé. Hasta ha vuelto el ardor

de la piel regenerada y frágil.

Le dije a María lo que había ocurrido.

Ella abrió los ojos,

se puso la mano en la frente

y buscó en su cuerpo alguna cicatriz

de regreso a su infancia,

o una infancia de regreso en la cicatriz,

por si había sido el momento

de reconocer la herida común

en los caparazones,

por si era que al unísono dijimos

algo que nos regresó en el tiempo

como si la herida hubiera oído

y se hubiera quebrado de callar,

como si las cicatrices hubieran

dado el grito de guerra, despertad,

cicatrices del mundo, doled.

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