El tiempo fulmina a las almas perdidas en el sombrío páramo. La lluvia nunca escampa porque el dolor se trasmuta en lágrimas que corren eternamente por los rostros de aquellos que sufren en silencio, condenados a deambular en las solemnes noches del insomnio.
En el sombrío páramo la luz es solo un cálido adorno que cobija las profundas heridas de las almas arrojadas en el mundo insensato, para experimentar las penurias de la vida mientras el tiempo corre hacia la inmensa tranquilidad de la muerte.
El nocturno cielo se embellece con lluvia de estrellas, deja caer el polvo cósmico que cubre la piel de las almas perdidas. Si nada de esto sucediera, en el frío invierno no habría vida y muerte contemplando el vasto manto blanco de la nieve.
En el frío invierno… Mi alma no estaría en el frío invierno si yo hubiera escuchado mi intuición. En el frío invierno, en el frío invierno, en el frío invierno… En el frío invierno yace mi alma perdida, sufriendo en silencio, condenada a deambular en las solemnes noches del insomnio. En el frío invierno estoy, junto a la vida y la muerte, contemplando el vasto manto blanco de la nieve.
El gélido viento, que cala hasta los huesos, acaricia mis mejillas en señal de bienvenida. Si nada de lo que sucedió hubiese acontecido yo no estaría aquí, en el frío invierno, donde la inmensa tranquilidad recibe a mi atormentada alma.
En el frío invierno… Yo no estaría en el frío invierno si hubiera escuchado mi intuición. En el frío invierno, en el frío invierno, en el frío invierno… En el frío invierno.
«—¿Irás a buscarla?
—Está en el pasado y el pasado no me interesa. Creo que el futuro tampoco me interesa.
—¿Entonces qué te interesa, Tommy?
—El minuto. El minuto del soldado. En batalla es todo lo que tienes, en un minuto pasa todo a la vez, todo lo anterior no importa y lo que pasa después tampoco. Nada se compara con ese minuto.»
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