Aquel día en el que decidí confesar que tu voz era una maravilla, lo hice porque el deseo genuino de mostrar lo increíble que eras me rebasaba. Siempre terminaba ahí, tumbada en la silla, exhausta de ti.
Cuando te susurré (nunca lo suficientemente cerca) lo importante que eras para mí, lo hice porque anhelaba que tu niño interior sintiera seguridad al notar mi proximidad. Quería que lo inundara la certeza de que nada malo ocurriría.
Aquella vez que te llamé y te dije cuánto te quería, lo hice porque a pesar del pavor que sentía de que huyeras al escuchar la ansiedad de mi voz, requería dejar el silencio de lado y permitirnos ser uno los dos. Lo hice, sin nada que esperar.
Te quise y luego, sin más, te empecé a amar. ¿Cómo no hacerlo si en tu nombre llevas adherida la inmensidad del mar?
Aquel día, desnuda, abrí mi vulnerabilidad. Excavé profundo en las heridas del ayer, para evitar que algo en el mañana pudiera arruinar el vínculo que con tanto esfuerzo logramos formar. Pero no bastó.
Otro día, uno no muy lejano al anterior, me arrebataste sin piedad; sin el más mínimo temor todo lo que tenía de ti. Se me fue tu voz. Su ausencia le permitió al silencio usurpar tu lugar, y nos fuimos los dos del paraíso en el que me había acostumbrado a estar. De un día a otro la vida decidió clausurar el espacio en el que me había permitido ser tan feliz. De un día a otro, decidiste volar y anidar lejos del árbol que me ayudaste a sembrar y luego cortaste de raíz.
¿Por qué me evitas? ¿Por qué me privas del placer de escucharte otra vez? ¿Por qué no gritas? En lo profundo de tu ser detestas aquella dejadez que te obligó a marcharte y alejarte de mí.
¿Cuándo entenderé que el masoquismo no es una buena compañía? ¿Cuándo aprenderé que aferrarme al eco de tu voz me impide volver a sentir cualquier alegría ajena a ti? Pero me he de acostumbrar…
Sé perfectamente que no voy a morir si te vas. Que este mundo no se va a acabar porque simple y llanamente hayas decidido ya no estar. Porque sé que el dolor no es causado por la idea de que no vuelva a ser capaz de sentir lo mismo, sino por mi negación a imaginarme viviendo sin ti, sin un atisbo de sentimientos y en completa paz.
Sé que puedo, pero aún no sé si quiero.