Cuando nadie me ve, el espejo resulta ser mi cómplice o mi mayor rival. A veces me sorprendo a mí misma discutiendo con ese pedazo de vidrio como si mis errores y mis responsabilidades estuvieran del otro lado, pero no, no hay nada ni nadie ahí. Otras veces, parece que el espejo no funciona o quizá sea yo y mis maneras de ser, porque voy al espejo y no me reconozco. ¿La que está ahí soy yo o solo se parece a una versión de mí? La respuesta no aparece y mi reflejo se va desvaneciendo.
Diariamente voy identificando una ausencia en mí, como si efectivamente estuviera hecha de versiones y la mejor se ha ido de viaje o está esperando en algún lugar para ser descubierta o para encontrarme y quedarse conmigo, donde hace falta. La mejor versión de mí posiblemente sea improbable, incluso inexistente. Me veo en el espejo todos los días y siempre me percibo diferente. Nunca soy la misma y creo que esa es la prueba de que existe una mejor versión de mí, todos los días, porque el espejo siempre es el mismo y está en el mismo lugar, pero yo no.
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