A cada paso que des

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Siempre le he huido a todo aquello que implique demasiado de mí, hago lo que se me pide y si puedo robarle tiempo al tiempo me las ingenio tomando un camino distinto. 

Doy un pequeño brinco en el primer escalón o relieve de la acera. Me detengo a mitad de camino para preguntarme ¿acaso vengo o voy? Y cuando me siento perdido: alzo la mirada y cuestiono ¿soy pequeño o inmenso? Evito tomar el transporte público —que de público no tiene más que el nombre—, para ser yo quien decida qué calle tomar o dónde parar a descansar. 

Me gusta trabajar bajo presión, estar al filo de un sí o un no. Tomo la decisión sin titubeos: simplemente lo termino o mejor ni lo intento.  

Leo todo lo que llega a mis manos; por más horrible que me parezca el texto puedo encontrar una frase que resuma mi día. Hace tiempo que me desprendí del tetephono —con “p” y “h” esa es mi muletilla—, para no estar atrapado entre mensajes de texto y memes. 

Que soy anticuado me dicen cuando escribo una carta, proporciono mi número fijo o envió un email. En la computadora no hay Spotify, un algoritmo que me dicte qué escuchar. En cada nuevo artista o álbum me descubro yo un poco más. 

Voy al cine en cualquier momento, sin checar cartelera entro a la función que se esté proyectando. Algunas veces son comedias cursis, otras películas animadas repletas de familias y si encuentras a un tipo raro riendo a todo pulmón en la película de “cine de arte”, probablemente sea yo. 

En cada uno de esos pequeños detalles me siento libre. Entonces llegan las cuentas del mes; hay que comprar la despensa, pagar renta, luz, agua, el bendito Wifi… vivimos en un mundo material, canta Madonna.

De entre tantas cosas que no controlo, puede que pise mal y caiga por las escaleras. Puede también que enferme repentinamente, pierda mi trabajo, me extravíe; por esas ideas mi corazón se contrae escondiéndose hondo, muy hondo. 

Respiro como un animal herido cuando contemplo un porvenir, cada vez más distante. Recostado sin poder conciliar el sueño llega el amanecer. Los minutos pasan rápidos y es cuando Hook, mi gatita, salta sobre la cama y me grita algo ininteligible que podemos transcribir como:

—ñaaa, ñaaaa,ñaaa, juco no.

Lo interpreto como: puedes dejarte morir después, pero Hook no ha comido.

Y es así, Hook es Hook, y no hay quien la cambie; me recuerda en cada paso soy libre. 

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