
La hoja en blanco me mira, espera pacientemente a que las palabras se impregnen formando oraciones, las oraciones párrafos y los párrafos historias con sentido. Podría escribir sobre cualquier cosa, retomar, por ejemplo, a la chica que fue insultada por su pareja mientras esquivaba su empujón. Podría escribir sobre la explosión de aquel avión con varios empresarios, los cuales, se supo más adelante, eran traficantes de personas. Podríamos llamarlo castigo divino, tal vez. O simplemente podría escribir sobre otro trauma descubierto esta semana.
No sé cuánto tiempo llevo mirando el computador cuando escucho los golpecitos en el cristal y veo a ese pequeño pidiéndome abrir la puerta para salir al jardín conmigo. Junto a Amadeus, mi perro, lo observamos, le indico que vaya con mamá, todos necesitamos un momento a solas y este es el mío. Entonces mi celular vibra. Malena, mi amiga y alumna, me ha enviado una foto. Al abrirla sonrío, me recuerda que ya ha pasado un año desde aquel acuerdo. Ese libro que defiendo a capa y espada porque además de ser el primero, significa toda una revolución para mí, luce hermoso al lado de la bandera canadiense. ¡Lo ha logrado!, es lo primero que pienso.
Recuerdo la primera vez cuando me externó su sueño por viajar a aquel país, poder estar allá fue la principal razón por la que retomó los idiomas. Mientras la escuchaba reconocí ese brillo en la mirada cuando uno se apasiona por algo. No paraba de pensar que mientras ella quería irse, yo me arraigaba más a este país donde la pobreza se encuentra en cada esquina, el salario mínimo realmente es una burla y los adultos a menudo infligimos a los infantes heridas que ya les cobrarán la factura en algún momento.
No comenzó siendo mi motivo, pero ahora creo firmemente que la educación es la mejor tabla de salvación, entonces ¿cómo podría irme a impactar a otro lugar dejando atrás mi propia nación?
Con cariño. Agrega, haciendo alusión a la foto.
Estoy convencida de que todos necesitamos un poco de apoyo para llegar a la meta. Por ello, cuando me propuso aquella idea, no lo dudé ni un instante, porque si alguien merecía llegar, era ella. Hasta la fecha seguimos recordando entre risas aquel día de locos cuando presentó su examen. Lo último que le escribo es: Hay que rasparse las rodillas para llegar. Acto seguido suelto una carcajada, siempre será nuestra broma.
¡Sí!, podría escribir sobre cualquier cosa, pero habiendo tanta tragedia, hoy prefiero pensar en quienes cumplen sus sueños.
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