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Nos quedamos a veces detenidos

en medio de una calle,

de una palabra

o de un beso,

con los ojos inmóviles

como dos largos vasos de agua solitaria,

con la vida inmóvil

y las manos quietas entre un gesto y el que hubiera seguido,

como si no estuvieran ya en ninguna parte.

Nuestros recuerdos son entonces de otro,

a quien apenas recordamos.

 

Es como si prestásemos la vida por un rato,

sin la seguridad de que nos va a ser devuelta

y sin que nadie nos la haya pedido,

pero sabiendo que es usada

para algo que nos concierne más que todo.

 

¿No será también la muerte un préstamo,

en medio de una calle,

de una palabra

o de un beso?

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