
En un bosque de marfil caminé:
tierra lúgubre, pasto anonadado,
suave respiración, agitación ocultada.
Un solo momento en él me bastó
para conciliar mi interior,
verme con cierta melancolía y felicidad.
Abracé un pino que me daba una cálida
esperanza para el futuro que pintaba
ser un encuentro con lo que fue.
A medida que el río aventaba lágrimas,
las hadas me recibían con prosperidad,
recordando que hacía mucho no las veía.
En este bosque puedo encontrarme con la persona
que más he amado: yo,
en ese preciso instante los animales aparecen.
¡Oh, bosque del encuentro!
Acaricia mi vida como si el día fuera
a terminar en una dicha.
Déjame mirar tus adentros, esos espacios
donde los encuentros resucitan y se hacen
visibles cada vez que las almas luceras te visitan.
Un consumismo de tus ayeres perjudica tu sentir,
mas eres tierra firme, intocable,
sagrado como el pasado, doliente como el presente.
Cada oso que recorre tus pastos amazónicos deja ver
un viviente doliente, lleno de paz interior, inseguridades
del exterior. ¿Y si cambias la manera de verte por el resto de tu espejo verde?
¡Oh, bosque del encuentro!
Vive como si hoy fuera el último día,
aunque te olviden, siempre recurren a ti
cuando las tragedias de la vida los corrompen.
Tallo de flores, almacenes de especies,
tu piel recuerda una sola cosa:
respiro (¡estoy vivo!).
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