Cruce de cebra.
Mirada al frente o hacia arriba.
Ámbar y espera.
Rojo y detente.
Segundos como horas que necesitas que pasen.
Segundos como rayos que no quieres que terminen.
Tiempo como placas de acero que comprimen.
Tiempo como granos de arena que vuelan con el viento.
Verde y adelante.
Entre la espera obligada y las ansias de avanzar,
cuántos semáforos vi pasar, no sé.
No me interesa.
Perdí la cuenta de forma deliberada,
como con aquellas cosas que duelen,
se hacen espacio y no se van.
Quizá cinco,
puede que doce,
aunque quizá fueron más de veintisiete.
No sé.
¿Y para qué?
Para cruzar la calle,
aunque esa calle sea la metáfora de mi vida,
de las personas que se tornan rojas y me detienen,
de las poseedoras de ojos ámbar
que me anuncian un peligro inminente
o de aquellas cuya aura es verde
y me invitan a ir más allá,
que me recuerdan que mis pies,
como las nubes,
no están hechos para permanecer en el mismo sitio,
sino para avanzar
y hacerme otra a cada paso.
Y tú, cariño, tú eres verde,
aunque te guste más el azul.