
Cuando era adolescente
necesitaba modelos de inspiración.
En el bosque los encontré.
En el trote diario me sentía acompañada
por el ritmo de mi respiración
y el movimiento
de sus hojas.
Si la tarde era triste, verlos bañados por los rayos del sol
me reconfortaba, y el camino a casa
era menos solitario.
Me decían muchas cosas sin hablar,
mostrándome la diversidad de los seres
y las fases de crecimiento,
vivirlas y comenzar ciclos nuevos,
todo ello, sólo existiendo.
Las bifurcaciones de sus ramas me recuerdan
el continuo desarrollo de las ideas
con posibilidades infinitas,
sólo interrumpidas por el término del ciclo vital.
Me generaban la tranquilidad
que un ser humano no puede brindar,
alejando mis pensamientos difusos
y volviéndome trasparente
para contemplar sus existencias
diferentes a las nuestras.
Pero unido a ello, recordaba mi papel compartido
lleno de destrucción egoísta y me preguntaba
con congoja si podremos construir un rol que no sea
sólo propiciar cambios drásticos en el mundo.
Aún son mis guías en el camino que construyo
y aunque a veces la confusión sea imperante,
sé el lugar donde podré encontrarlos.
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