No hablo el idioma de esos ojos que me miran
y me sacuden como un temblor,
no reconozco esas manos que tocan mi cabello,
las palabras,
pomposas,
desdibujadas apenas en las líneas de los labios.
Creo en el absurdo de la coincidencia,
de reconocer en mis propias pupilas
la antesala de la locura.
No soy yo,
y sin embargo
me veo.
Y me asfixian las otredades en calma
que como dagas atraviesan un pasado
que ya no es
y que ya no soy.
Otra manera no hay de de(s)velarme,
apagada una vez la pantalla,
vuelvo a ser yo
(a no ser que me mire nuevamente en el espejo).
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