Pasaba el tiempo recolectando cartas perdidas y se decía que escribiría una historia con ellas. El azar determinaría los nombres, personajes, escenarios y demás datos que dan veracidad a una historia. Sujeto ‘N’ no buscaba cartas, sino que las encontraba en sus acciones cotidianas: regresaba del trabajo a las seis de la tarde y en el autobús, en el asiento contiguo, le acompañaba una carta viajera proveniente y destinada a un lugar del que nunca había escuchado hablar; lo más extraño es que el año de emisión nunca concordaba con el año en que la hallaba.
En algún momento encontró una carta en la basura del vecindario con fecha del año 2060, treinta años adelante del momento en que vivía. Estaba abierta. Otro día de camino a la recaudería, una ventisca le entregó un sobre en la cara, estaba fechado en el 2020, tenía diez años de antigüedad; el sobre venía vacío. Y así fue recolectando cartas, que dejaba sobre la mesa y que no leía por respeto a la intimidad de las personas involucradas, pero también porque le daba miedo descubrir algo siniestro en ellas. Era un poco paranoico y desconfiado, entonces a pesar de intrigarle tantísimo el contenido de las cartas, se abstenía de leerlas; lo único que se permitía conocer eran los datos escritos en los sobres, si es que tenían… porque, así como le llegaban por azares del destino cartas en sobres sellados, también le llegaban sin él. Pero hoy viernes, en su pequeño departamento sobre la calle Argentina, a la hora del alba, comenzaría a hilar la historia de las cartas.
Abrió la primera carta:
Estambul, Turquía a 17 de junio 2018
Iñaki, dejaste la puerta abierta de tu departamento, se te acabó el agua y estás solo. Te han robado el celular en el metro. Sugiero que huyas de aquí porque pronto llegarán policías y serás confundido con un criminal. He cometido un error. Sal ya. Te quedan 8 minutos.
Dejó de respirar, el Sol se había puesto, le quedaban ahora 7 minutos para huir. Le temblaban las manos, ni siquiera podía escribir. Revisó sus bolsillos, no hallaba su celular.
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