Juchitán, el muxe no se va
Del cielo llegaron los zapotecos
con su hablar melodioso y su destino
escrito en códices sobre piel de venado.
Raza intrépida, amante de las flores
las cintas de seda trenzadas en el pelo
y una diadema dorada el día de fiesta.
“Esto que usted ve en traje de mujer, es una mujer”
sonríe Tomás. Nació en Juchitán
y desde niño lloraba si lo vestían de varón.
“De mujer puedo tejer y de hombre, trabajar.
Nosotros somos muxes, pero no somos flojos”,
presume y se vanagloria de su libertad.
“La libertad de ser alguien y que te vistas como gustes,
ser cocinero, abogado y desfilar en carros alegóricos.
Las madres aquí respetan a los muxes”,
agrega y su mirada se detiene en una foto de revista
pegada en su cuarto, una novia en su día.
“Acábame de querer si me tienes voluntad”,
tararea y se pone a barrer al ritmo de la música.
Su cuerpo torneado deja ver la hermosura,
piernas largas y cintura de quinceañera.
Ayuda a su madre como una hija más
porque el muxe no se va, emigrante del sexo.
“Ella me dice, ‘sé libre, no importa lo que digan’”,
Tomás vuelve a sonreír y deja caer los párpados
sobre los platos aún sin lavar.
Venus consagrada.