Azul

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Petra mantenía una dieta a base de vegetales, desde su niñez creció en un pueblo pesquero y diariamente era testigo del sufrimiento de los peces cuando eran expulsados del agua para después servirse en los platos de los comensales. “Gracias a su muerte este pueblo vive”, pensaba, “cuando una vida nace, está naciendo una muerte”.

Se quedó sin alimentos durante más de cuatro días, abasteciéndose únicamente de agua y hierbas, a consecuencia de la carencia de vegetales por la época del año y el momento político del país, donde ciertas comunidades del estado estaban incomunicadas; no había paso ni de adentro para fuera ni de afuera para adentro de aquel pueblo solo atravesado por militares y por aullidos del viento seco. El restaurante donde trabajaba de mesera cerró por lo mismo. La acecharon el hambre y la pobreza hasta remover sus más firmes convicciones, los actos que más odiaba en los demás.

Bañada de una arena quemada y ennegrecida por el sol, decidió, con gran arrepentimiento, adentrarse al río en el que los peces brillantes, azules y amarillos, la rodeaban con gran efusividad pensando que iba a ofrecerles chícharos molidos, como regularmente lo hacía en sus ratos de descanso. De los ojos de Petra comenzaron a brotar lágrimas negras, las cuales mancharon el río dándole una apariencia fúnebre, lóbrega. Sumergió su mano izquierda y tomó un pez. Lo miró con arrepentimiento y se despidió de él, mientras éste intentaba inútilmente zafarse de su mano. Con voz casi muda, musitó: «Te pido perdón por interferir en tu vida». Instantes después, lo devoró.

A los pocos minutos, su estructura ósea comenzó a distorsionarse. Se encorvó y su piel se tornó gradualmente de un azul tornasolado. De sus brazos comenzaron a salir pequeñas aletas y de las comisuras de sus dedos, ahora alargados y un tanto babosos, surgieron curvaturas como de patas de anfibio. Sus ojos se fueron nublando como una tormenta incipiente, hasta volverse completamente negros. Una silueta de espinas se iba alzando a lo largo de su espina dorsal.

No reconocía su lengua materna, tan solo escuchaba los desprecios insultantes provenientes del interior del río.

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