
El porvenir es una gaviota gris, charla con voz felina de adioses, partida.
Sylvia Plath
Mientras caminaba de regreso a casa de mi madre, con los lentes de sol puestos y el sudor recorriendo mi espalda, pude mirar a lo lejos, aunque también cerca, la silueta del volcán majestuoso y enorme que se encontraba frente a mí, un diciembre caluroso, como lo suele ser cada año en esta eterna primavera que se vende como ensueño y que en la realidad es un poquito más complicada de sobrellevar, sobre todo cuando no eres tan fan del calor como estado de ánimo. El volcán luce sin nieve, puedo observarlo seco y lleno de la luz invernal del sol. Una luz más directa, más quemadora. Me asombra mirarlo tan cerca de mí, a pesar de llevar casi treinta años admirando su belleza a tan poca distancia.
Me alegra saber que todavía disfruto de lo conocido, que todavía me asombra la infinita hermosura de la tierra. Sea el volcán o un pequeño reborboteo de agua, llamado salto de agua. Observar el fluir, el movimiento continuo y purificante.
Pienso en aquel sueño lejos de aquí, en el frío, en la nieve, en el fin del mundo, después de haber visto aquella apocalíptica película. ¿Qué sería agarrar mis pocas cosas y largarme de aquí?
Siento como un estruendo el no poseer absolutamente nada y sé que muchas como yo se sienten igual. A veces tomo con ligereza el no tener casa ni coche propio, y a veces el sentido de lo material me pulsa en la sien, y entre respiraciones agitadas y un pequeño dolor en el pecho me doy cuenta de que claro que me importa. Me calmo al pensar que mi existencia va más allá de lo material, pero entonces qué hago aquí si podría hacer mi maleta e irme a ninguna parte.
Me acomodo en mi cama, pequeña y angosta, por la noche hace un poco más de frío, refresca decimos por aquí, y por allá también, supongo. Me tapo con una cobija ligera, no cierro los ojos, pienso. Pienso en aquel sueño, no sé realmente en dónde sucedía, sólo recuerdo el espacio amplio y acogedor. Afuera, gris, gélido, agradable. Me reconforta imaginarme en aquel lugar que no conozco en realidad.
Hasta dónde tengo que ir para sentir que el no tener nada se justifica con el suelo que piso, la verdad es que no sé bien si me estoy dando a entender, pero viene a mí aquella frase de Rimbaud:
La vraie vie est ailleurs
La verdadera vida está en otra parte
y me pregunto ¿en dónde?
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