Laberintos mentales

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Monotonía, caricia constante del habitual dialogar de mis días, como arena cuando el viento entona su peligrosa balada, así marcha el andar de mi tiempo, entre el sosiego de lo acontecido y la seductora incertidumbre de lo incierto.

Arrullados por la galantería de lo prófugo, los amaneceres se funden en el aletear de un colibrí y las noches flaquean en un suspiro de Venus; mis pensamientos acarician cada segundo, cada minuto y cada hora la embriagadora esencia de una sombra conspicua.

Vagabundas, mis memorias peregrinan en mis adentros; recorren desvelos, dibujan deseos, difuminan quebrantos cual plaga que invade un espacio; moldean o destruyen el destino de su errante travesía.

Florece en mis jardines un sendero fragmentado, rumbo sin dirección, el abismo de la inmensidad, un Ícaro caído, evocación de ingenua pericia; debo buscarme ¿por dónde debo empezar?, ¿en las grietas de mi senda o en la sombra de la luna?

Me he internado en la calle más larga de mis laberintos mentales, hacer la maleta, empacar los pétalos y utopías, un boleto a ninguna parte, deshacerse de cráteres y anclas, esparcir los pensamientos como el polen en la nada para que florezcan como girasoles en el alma.

Ahí, donde la vereda se dilata, el tiempo se bifurca, surcando los cielos del pensamiento, forjando la versatilidad de la vida, cambios que marcan el deambular de nuestros actos, el danzar de nuestros ecos, que se fusionan como olas de un proverbio.

Monotonía, me rehúso a la tentación de tu caricia; hostil, se difumina entre las hebras de su meliflua existencia. Pernocto entre la realidad y sus universos, como arena cuando el viento entona su peligrosa balada, así, marcha el andar de mi tiempo, entre la certeza de lo acontecido y el desafío de lo incierto.

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