Los buenos tiempos

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¿Dónde quedó esa época dorada que tanto escarbo en los almanaques de mi memoria? ¿Fue mi infancia, que ahora parece distante y corta en estos años grises de mi vida? Me esfuerzo en recuperar los destellos de conciencia que me alumbraron por instantes y recuerdo la añoranza del mañana, de llegar a ser adulto y con ello, acceder a los misterios reservados de la noche y las fiestas, de los bancos y los trabajos, detestados por los grandes, pero liberadores de la frustración de ser un niño. Paradójico estado de anhelo, me inclino a pensar en la grandeza de los tiempos pasados, elevándolos a momentos inigualables de felicidad y plenitud, y recordar mis ansias por llegar a ser lo que ahora soy, como si en la infancia los buenos tiempos estuvieran allá, en la promesa futura de la adultez. Ahora, cuando no puedo evitar mirar las ojeras cada vez más pronunciadas de mis ojos, del vello que pulula en mi rostro, ahora ubico lo mejor de mi vida en el pasado inconsciente y cambiante de mi cada vez más breve infancia. Creo que se me han perdido, ya no sé si ocurrieron, y todo lo que me queda por vivir es la nostalgia del pasado mejor e irrecuperable, o si están por venir, cual tierra prometida a la que llegaré después de cuarenta años de divagar por mis desiertos. Pero no puedo asegurar nada de esos buenos tiempos, he llegado a pensar que nunca existieron, y es solo la capacidad que tenemos de deformar y adornar bellamente nuestras memorias la que los crea, o quizá siempre hemos estado en ellos, pues todo tiempo es bueno mientras vivamos en él.

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