Suena el reloj a las siete treinta,
se levanta mi cuerpo de la cama
mas mi espíritu dormita sonámbulo
entre el vacío de mis recuerdos felices.
Escucho las manecillas lejanas
abusando de mis oídos muertos
con la promesa de despertar
de esta normalidad desesperanzada.
Que pasen las horas desalmadas
para que la noche vuelva a caer
o el sol se asome indiferente
en los girasoles de mis ojos apagados.
Cuando llegue el día en que el aroma
de las violetas blancas regrese y pueda
saborear otra vez la sensación de estar viva,
tal vez, recuperaré la ilusión infantil.
Una vez más, la oscuridad me consume
al punto de no poder ver la luz. Esta vez
las manecillas se petrifican sin mí,
ni se congelan en mi alma cansada.
Ahora que se ha detenido el tiempo,
me consuela la fuerza de voluntad.
Porque es insoportable no encontrarme
y verme desmoronar pedazo a pedazo.
Afilaré el cuchillo de mis palabras
para cortar lazos con el dolor interno.
Ser valiente y cumplirme el deseo de
resurgir en un eterno instante cósmico.
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