A su lado

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Era el año 2019. Yo, una chiquilla de 17 años, callada, tímida e inocente como dicen los Ángeles Azules. Tú, esa es la parte difícil de contar: tú.

Eras un tatuador de melena púrpura, gafas de sol y camisa hawaiana al que tomé la mano y emprendí este camino del (des) amor.

Comencemos por la magia de aquellas noches después la universidad. El punto de encuentro, General Anaya rumbo a tus restaurantes favoritos.

Después de que la panza estuviera contenta, caminábamos bajo las cálidas luces de la ciudad, rodeados de paredes grafiteadas. Suspendidos en el tiempo, entrelazábamos nuestras almas a través del roce de los labios, una mezcla del gloss de mi boca y el sabor a tu hierba.

Un día, fuimos a la Paloma Azul: me sentí astral junto a ti, con tus historias raras y esa bebida prehispánica a la que llaman pulque.

Otro día estaba en la misma jodida línea azul, comprando una pulsera rosa. Habíamos terminado.


Recientemente pasó el 14 de febrero. Sinceramente, no entiendo por qué pintan el amor de color rosa o rojo. Yo más bien lo siento como un arcoíris que poco a poco, como cuando mezclas la plastilina, se hace gris.


Era el año 2022. Mientras trabajaba, recibí este mensaje: wey acaba de fallecer 🙁

Parece que por un momento dejé de respirar, mi corazón se aceleró, el sonido se esfumó, había  una niebla gris a mi alrededor.

Una semana después viajé a metro Viaducto, me encontré al mismo vendedor de pulseras. Esta vez, compré el pedacito azul del arcoíris.

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