La más burda copia

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Querido Alexis:

Quise escribirte esto antes, pero siempre perdía la esperanza de que me leyeras, ya que lo nuestro, si existió, se perdió en cuanto huí. Ahora, por fin, intentaré mejorar la bruma extraña entre nosotros.

Empecemos por el inicio… Nuestro inicio. Ambos decidimos trabajar en la librería de don Xavier. De saberlo, ni me presentaba a la entrevista laboral. Pero lo hice, me contrataron y acabé contigo, el condenado chico más guapo desde que Dios creó a Mario Casas.

No podía enamorarme de ti. ¡No debía! Necesitaba equilibrar el trabajo y cuidar de mis hermanos. Considerar un romance sería hacerme un feliz harakiri. Un noviazgo requiere compromiso y tiempo, dos cosas que, en este punto de mi vida, soy incapaz de darte.

Te aparté por cada medio posible: la ley del hielo, la sana distancia… Lo intenté todo. Y, aun así, caí ante ti, ante tu largo cabello, esos profundos ojos miopes, tu sonrisa de modelo griego, tu cuerpo esculpido a base de basquetbol. ¿Cómo resistirse a la perfección encarnada?

Si fueras el mayor patán del universo, incluso amaría odiarte. ¡Pero no! ¡Tú amplificas tu nivel de perfección! Tu humor sarcástico que tantas risas me sacó, la facilidad con la que le agradas a cualquiera que se cruce contigo, o la fortaleza con la que defiendes a quienes amas. Puras cualidades que acabaron doblegándome.

Por eso una noche me atreví a besarte, a transmitirte toda la corriente eléctrica que me provocabas con una simple sonrisa. Una energía cada vez más complicada de controlar.

Ahí lo comprendí: estaba condenada. Estaba enamorada de ti. Tenía que romper esa maldición, olvidar el encanto entre los dos.

Por eso huí. Por eso causé tu despido. Por eso te alejé.

Han pasado dos semanas desde entonces. ¿Mejoró? No. Todo se tornó insoportablemente aburrido y solitario. ¿Me desenamoré? Tampoco. ¿Perfeccioné mi trabajo? Quiero pensar que sí, es el único consuelo que me quedaría.

Aun así, la continua culpa me recuerda que no te di una explicación. Y el chico perfecto merece el valor de una auténtica guerrera que llegara a su casa, lo mirara a la cara y le dijera cada uno de sus motivos y le aclarara que él no cometió ni un fallo aquella noche, o nunca. Pero, como soy sólo la más burda copia de eso, te escribo esta carta y esperaré que me comprendas y me perdones.

Si las circunstancias no me aprisionaran, te juro que atesoraría tu amor como al mayor milagro. Mientras las condiciones no sean favorables, nos tocará esperar… o continuar sin el otro.

Te sigue amando,

Vani

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