
Reposas en el llanto de las tierras perdidas.
Te quebraste,
huiste.
Tu nombre silbaba
en el fuelle vibrante,
territorio extraño
con paisaje de ocres.
Hoy los vientos sufrientes quieren mirarse los rostros,
no saben que la vida se murió hace dos soles.
Los ojos ya no suspiran.
Envolviste los pies en el barro de la memoria
mientras el tiempo
se apropió de los cuerpos del mundo.
Hablémosle a las serpientes,
cortémosles la lengua.
Arrebatemos desnudos los labios a los hombres.
Comamos polvo,
quijadas,
el sueño futuro…
¿Sigues aquí?
Tu conciencia no quiere verme.
Mis uñas se escondieron en el fuego que se apaga.
Fuiste piel,
volátil recuerdo.
Tejiste sin prisa
el cabello de los otros.
Cierra el abismo,
siéntate.
No quiero llorar amarrada.
Mastica mis dientes con tus astros.
Alimenta el vacío inacabable,
la fiebre vaporosa
del eco del averno.
Llévate mi palabra, el celo,
el discurso del hastío,
ese instante visual del ahogo primigenio.
Sé pasado,
contraste,
fragmentos caducifolios,
nebulosa intermitente de agonía enferma.
Alcánzame en la noche,
la ventana estará abierta.
2