Domo navideño

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Al inicio, en medio de la nada, se escuchó una sonoridad que viajaba en vibraciones, altas y bajas, que se ajustaban unas con otras, hasta que, lentamente surgió un bosque. Los pinos se elevaban hasta lo imposible, las hojas se entrelazaban en un poderoso enigma. Los caminos eran idénticos y escarpados, tendían una trampa para los olvidadizos, mientras permanecía solitario y brillante en esa inmensidad. 

Entonces, obró nuevamente un acorde que trajo consigo los copos de nieve, los cuales se dispersaron en una tormenta diamantada que con dureza golpeó cada rincón hasta cubrirlo todo. También de ese gélido aliento invernal nacieron animales astutos, que se escondían en las dunas níveas: zorros cuyas crías esperaban en el hueco de los árboles, ciervos cautelosos entre las sombras, ardillas, tejones y conejos enterrados en las profundidades. 

Sin embargo, la obra no estaba terminada. Aún faltaba una criatura que reclamaba su lugar dentro del paisaje, y para ello, se agitó una vez más el pequeño mundo. Todo se volcó en un vendaval de abundantes cristales, tan feroces que era imposible reconocer el panorama anterior. Al cesar estas ráfagas, apareció en medio del campo una pequeña casita con chimenea, tejado rojo y ventanillas elevadas. En una de las habitaciones de aquel hogar, compartían mesa un hombre, su esposa y dos niños. Los niños jugaron intensamente bajo cada nevada y con sus manos moldearon una figura humanoide de nieve, la cual coronaba esta creación. 

Así debió permanecer el horizonte, los árboles en su magnitud, la chimenea dando calor a sus habitantes, la fauna encubierta por la frialdad invernal, la nieve cayendo una y otra vez, y la melodía remota anunciando el día. No obstante, el universo goza de una fragilidad insospechada, basta un accidente para que lo endeble se desvanezca y la obra del progenitor se desplome. Esta coyuntura sucedió con la última tempestad. Los desventurados seres creyeron que tras la turba se reacomodaría el espléndido cuadro, pese a ello, la verdadera escena se producía así: las manos gigantes de un padre obsequiando el increíble domo navideño a su hija. La inquieta niña agita la esfera y la fascinación aparece en sus ojos. Asombrada, no se da cuenta de lo escurridizo de este objeto, por lo que se desliza de sus pequeñas manos, aún sin mucha fuerza, el domo se rompe con un fragor que permanece unos segundos, los restos del vidrio quebrado se extravían sobre la infinitud del piso.

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