![pexels-madison-inouye-1831271-scaled-thegem-blog-default](https://universodeletras.unam.mx/app/uploads/2022/11/pexels-madison-inouye-1831271-scaled-thegem-blog-default-1-thegem-blog-default.jpg)
Llevo horas en este vuelo con dirección a quién sabe dónde. Debo empezar a bajarle a mi embriaguez, siento que ya superé mi límite como tantas veces ha dicho mi vieja; lo último que recuerdo fue el pachangón que armamos con mi compadre en aquel salón color neón donde rentamos una que otra caricia. Acción siguiente aparezco aquí con esta bola de imbéciles que lloran y suplican, aún cuando explicaron que el viaje sería sin turbulencias ni cambios erráticos en la actitud o en la altitud. De las sobrecargos mejor ni hablo, pronunciaron una sarta de estupideces que según ellas eran indicaciones. En mi vida había escuchado semejantes sandeces en un avión; dijeron que no ofrecerían aperitivos porque nunca más necesitaríamos comer, que a nuestro descenso nos recibirán familiares que apenas vamos a conocer y que disfrutemos nuestra estancia permanente en el lugar más bello que jamás podríamos imaginar; apenas terminaron su oración enseguida se disculparon, resulta que olvidaron mencionar que solo un selecto grupo de pasajeros permanecería allí; el resto descenderían en otra dirección.
La situación cambió por completo cuando por chismoso miré al sujeto de al lado, estaba escribiendo una carta. No me quise ver obvio, así que esperé a que terminara de escribir para que discretamente pudiese leer su contenido. Escribió:
“Hola mi reina, soy consciente de lo poco grato que es para ti este momento. Lamento que la tierra no me haya permitido despedirme de ti, pero sé que sin importar cómo, cuándo y dónde nos encontraremos nuevamente. Por ahora, amor mío, te puedo anticipar que voy próximo hacia donde ni la ciencia sabe cómo proseguir. En efecto, estoy triste porque no te veré por un tiempo, pero por otra parte estoy contento, porque hoy aprendo a volar, a despegarme del suelo lúgubre que tanto nos reprime allá abajo, hoy expando mis alas y me desapego de todo el suplicio que hay en el mundo, desde hoy el cielo deja de ser postal perfecta para hacerse mi hogar, y mientras espero tu llegada para volar juntos, voy acompañado de gente ajena a mi ideología, pero tengo la fe puesta en que todos lleguemos al mismo lugar, ese lugar donde lo nuestro no tendrá que terminar jamás”.
No pude seguir leyendo, me fue imposible creer que alguien fuese tan exagerado para escribirle a su mujer como si se fuese a morir, bien dramático ese wey. Tuve ganas de decirle «¡Vete al diablo!», sin saber que quien se iría sería yo.
84