Diálogo con el espejo

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Algunos dicen que ya llegué a ti, que se me nota a leguas. Pero es que tú no eres un final predestinado, eres compañera inevitable de mi existencia. Existencia que a veces no entiendo, y que a veces opaca tu reflejo en el espejo. Pero existes. Lo sé, te reconozco, te vivo y te pierdo. Sin embargo, vuelves. Siempre vuelves un poco distinta. Un nuevo rostro, otro y otro. A veces en mí, muchas veces en ti. Ajenas, pero somos una. A veces conmigo y otras veces contra mí. A veces apenas y asomas las narices. Quizá le temes a tu desnudez absoluta, a una imperfección que perturbe la paz de los adjetivos más minuciosos. Mentiría si digo que no te escucho al llegar, solo que a veces me cuesta llamarte así: mejor versión. 

 

Hay rostros tuyos con los que (con)vivo en reconciliación constante. Pero nombrarte me alivia un poco de los prejuicios propios. Porque nombrarte te enciende el pulso y entonces, revivimos. Por eso te nombro: 

Mar alborotado que inunda las mejillas y se acomoda en cada esquina del cuerpo.

Suspiro que se ahoga gritando ¡renuncia!,  para salvar de la autodestrucción.

Energía que brota de un botecito de pastillas o dosis de calma que cae a cuentagotas en medio vaso de agua. 

 

Hay otros rostros tuyos que se afilian más a las normativas del amor propio moderno. Y por eso también te nombro: 

La línea de diez segundos preparando un desayuno aesthethic, por ejemplo.

 

Pero también, hay rostros tuyos que resguardan esperanza en cada poro de tu piel. Y por eso también te nombro: 

Pulmones andando la vida con las piernas temblorosas pero tercas.

Alma impersonal tarareando la poesía musical de Silvana. 

 

También te nombro: exploradora de oficios y pasiones. A lo que otros nombran indecisión, porque no hay duda de que también tienes rostro de habitante de una patria incierta.

Por último, hay un rostro tuyo que no logro descifrar y que no he sido capaz de nombrar sin titubear. Entonces me atrevo y lo nombro: posibilidad, lo que no se refleja en el espejo de mi habitación pero sí en los ojos de Peter. Titubeo, y ahora miro un rostro con lentes de autocrítica. Un instante después se desvanece ante el inútil intento de nombrarlo. Porque podré ponerles tantos nombres a tus rostros, pero nunca el de: perfección. Te veo mañana. 

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