
El medio día de los sábados era rutina y ritual. Entre semana me mantenía ocupado en la cotidianidad y la monotonía absolutas. Disolvía mis días entre cosas que hacía sin interés: el trabajo, proyectos, conversaciones. Todo lo veía a través de un cristal, hasta que llegaba el sábado. Al salir de clases contaba los minutos para llegar a casa con el deseo de enviarle el mismo mensaje de cada semana: ¿Estás ocupada?, ¿quieres salir? Estoy aburrido.
No tengo idea de si ella no tuvo planes para alguno de esos días y los aprovechaba conmigo o si en realidad los reservaba para mí. Quiero creer que los marcaba en su calendario como ocupados, y que disfrutaba tanto como yo aquellas conversaciones que emergían de un silencio incómodo por mi parte, y que ella llenaba con preguntas improbables y ocurrencias que no hacían hablar de todo y de nada.
Me gustaba escucharla, disfrutaba con cada una de sus palabras que eran acompañadas por el sonido del atardecer, hojas cayendo y pájaros al vuelo. Me enloquecen sus caricias que con desesperación yo quería imitar, para que conociera el calor que sentía cada que sus dedos rozaban mi piel. Responder por qué, luego de trazar las líneas de mi rostro, yo terminaba recostado sobre su palma.
No quiero pensar en sus inseguridades, en las peleas que provocaron, en la impuntualidad que la caracterizaba, en lo desordenada que era y en la facilidad con la que lloraba. Porque también lo voy a extrañar. Nunca fui bueno para ella, ni ella para mí. Nuestro error surgió con el primer beso, o quizás antes, con aquella pregunta a mitad de la madrugada. Creímos necesitarnos uno al otro con desesperación y terminamos por destruirnos.
Nos volvimos enemigos. Ya no quería recorrer su cuerpo ni una mañana más, de eso estaba seguro, había procesado cada uno de los recuerdos de nuestra efímera relación. Pero aun así imaginarla con alguien más me dolía, pasaba las noches de insomnio con la ansiedad de cómo sería el momento en que sucedería. Hasta que ese día llegó, la volví a encontrar en una fiesta, la miré de espaldas y caminé hacia ella, luego me detuve en seco. Estaba con alguien más, al fin lo había encontrado. Pasé meses pensando en el incidente, no lograba entenderlo del todo.
El momento en que me reconocí enamorado fue irónicamente similar a cuando supe que lo nuestro, fuese lo que fuese, estaba perdido. Ahora estoy solo en esta noche de domingo, preguntándome por los sábados que tuvimos.
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