El tiempo pasa y suele ser desesperante no poder tomarlo entre tus manos, mecerlo y hacerlo tuyo. No poder detenerlo, ni retrocederlo. El tiempo suele ser un animal salvaje esperando por el jinete que se atreva a domarlo para tirarlo al suelo y salir huyendo.
Así como las personas cuando el miedo está latente, cuando los riesgos son más grandes que sus propias ganas, cuando los sueños se vuelven pequeños a lado del fracaso.
Las cosas que no hacemos pueden ser las cosas más sorprendentes y aun así nos despegamos de ellas porque como yo solía decir: «es demasiado bueno para ser real, es demasiado bueno para seguir en pie».
El sobrepensar se come alternativas que tenías pero que no hiciste tuyas.
La mente suele ser una mala consejera cuando quieres aciertos y no errores. La mente se nubla cuando ve que en el cielo no hay arcoíris. La mente suele jugar sucio.
Memorias guardadas: una mina de oro, un tesoro escondido.
Las cosas que no hacemos nos marcan aún más. Habitan en el desván de los recuerdos, y las miramos de vez en cuando entre las rendijas de una casa enorme.
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