La cita

smoke-933237_960_720

A diez minutos de la cita la pregunta era la misma, no había cambiado desde hace días, ¿cumpliría la maestra con su palabra?

El humo del tabaco que fumaba se escapaba de su boca y encontraba su libertad en el aire, seguía nervioso. Hacía días que vivía así. Sin embargo, existía diferencia, este sentimiento le recorría todo el cuerpo, parecía que por primera vez una persona experimentaba la ansiedad de todo el mundo. Nada lo calmaba, aún menos los cigarros que había estado fumando desde la mañana.

Nunca pensó que algo así le ocurriera, «uno solo va a la escuela, no se la pasa pensando en esas cosas», se decía. 

Él, como de costumbre, había revisado su horario en las listas que cuelgan fuera de la Dirección, “A-23”. La letra corresponde al edificio y el número al salón.

Simplemente entró al salón, la materia no le interesaba realmente. Tenía casi dieciocho años, trabajaba desde hace tiempo y casi se decidía a abandonar los estudios para tomar la alternativa de ganarse la vida sin ellos. Sería duro, pero es que el estudio nunca fue lo suyo, aun menos el de una materia como aquella, ¿qué le podría decir la física a un hombre que trabaja de sol a sol, esperando el domingo para pasear con su familia?

Le restaban solo unas dos o tres materias por cursar y los créditos del bachillerato quedarían cubiertos por completo. Le había tomado tanto tiempo lograr esa gran hazaña que no terminar le parecía un mal negocio, una mala inversión.

Y es que uno no va pensando esas cosas.

Era mitad del curso cuando supo que algo era diferente. No fueron las clases, ni sus compañeros, sino que la atención se fugaba siempre hacia el rostro de la maestra. Era sencilla, linda, de ojos cafés y pelo oscuro, amable, tenía unos treinta y cinco años y estaba divorciada. No podía comprender, por más que lo pensara, por qué habían tenido gran afinidad.

Era tiempo de llevar todo aquello fuera de la utopía del salón. La invitó a desayunar. Sin importar que pasaban mucho tiempo juntos, no se quitaba la maña de decirle maestra. 

Aceptar la invitación no le decía nada, podía no llegar a la cita.

Faltando diez minutos para el encuentro, se dirigió al metro, caminó y bajó las escaleras. Lástima que no se pueda fumar aquí, pensó. Tomó su celular y leyó por octava vez los mensajes: “nos vemos en el andén de la estación del metro”, “te espero al final”. Caminó en contra de la gente hacia el final del andén. Llegó puntual a la cita.

3

Dejar un comentario

X