La valkiria

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Entre ellas, había una que se llamaba Freya, de cuyo nombre derivó Frida.

No desfallezcas, joven corazón. No te rindas ante el mundo, no te dejes consumir por la magia ni por las falsas imágenes de espejos infinitos. No desfallezcas, joven y blanco corazón, corazón envuelto por carne tibia, por un aliento suave y perfumado. No desfallezcas. Por las noches, lejos de nuestros hogares, ambos miramos el mismo cielo, ambos las mismas estrellas y la misma luna; en nuestros libreros tenemos algunos libros que son los mismos, pero no somos los mismos quienes los han leído. No desfallezcas, corazón. No rindas la pluma ni la hoja ni la tinta ni el lápiz ni el carbón ni la música ni las danzas ni las flores ni tu sonrisa. No te rindas, corazón. No desfallezcas. 

No te rindas, corazón. No te rindas ante lo sencillo del mundo. No dejes que la maldad ni el odio penetren en tu corazón. No dejes que tu pecho se llene de tristezas pero que eso no te impida llorar cuando así lo creas adecuado. Llora siempre con ese corazón tan grande que llevas en el pecho, con esa furia que te sale de los ojos y del alma y de la boca cuando hablas y cuando ríes. Ríe también y no dejes pasar un día en que no te burles de al menos una de tus penas. Ama, corazón, pecho tan noble, corazón tan blanco. Ama como en esas historias que has leído en los libros, ama con tu pecho, con tus manos y tus labios, con tus cabellos dorados y con tus ojos bonitos. Ama con tu voz, con las líneas de tu pluma, con tu mirada. Ama, corazón, ama. Mientras los días pasen, cuando pasen todas las noches del invierno y luego las de la primavera, sigue dibujando esos paisajes a carbón en tus cuadernos, sigue rayando los borradores de algún poema o de alguna carta, sigue recitando versos.

No desfallezcas, corazón, aunque no sea posible que nos amemos. Aunque cada noche miremos al mismo cielo y a la misma luna y sepamos que no hay en todo el mundo un lecho en donde podamos yacer. No desfallezcas, no rindas tu alma, ni tu bondad ni tu mirada. No desfallezcas, corazón, no te rindas. No te rindas porque llegará aquel que, como a Asterión, te liberará de tu laberinto de infinitas puertas. No entregues tu corazón al llanto, regocíjate de que al menos en esta vida nos fue lícito encontrarnos. No entregues tu llanto a la noche silenciosa. Quizás en otra vida, en otro sueño, en otro tiempo podríamos entregarnos a los brazos del otro. Quizás en otra vida yo sería libre. No desfallezcas, corazón, no desfallezcas. 

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