
Tres amigas miran desde sus diferentes alturas lo quieto de una alberca. La primera, por ser de enero, se llama María. La segunda, igual; también es de enero. La tercera se llama Maria, pero se pronuncia María y es tauro. Las tres tienen algo en común y es que todas miran lo quieto de la alberca.
Si la piedra que tiene María en la mano le pega al agua, rompe entonces el orden y la paz. Por eso María le ruega soltar la piedra. María cree que la situación es mucho muy absurda. Abre la boca y dice «a lo mejor ni siquiera tiene agua, yo creo que está vacía». Recoge la piedra que soltó María y la tira albercabajo.
Las tres amigas, que en realidad son primas lejanas, miran lo quieto que sigue todo, lo estático de una alberca quizá vacía. «Les dije, está vacía». El pecho de María no es bodega y responde altanera «vacía no, tiene una piedra». «O sea sí, pero está seca». «No sabemos si la piedra sigue seca». Ninguna se anima a confirmar el estado de la piedra porque no saben nadar. Meter el pie en la alberca no es una opción porque no se quieren mojar. «No hizo ondas, pero sí ruido cuando chocó en el fondo», dice María. No hay más piedras y entonces la empujan dentro. María no hace ondas tampoco y además del golpe que suena, se queja «ay».
Bajan las Marías a consolar a su prima. Avientan la piedra fuera, seca igual que ellas, y medio que sonríen un poco.
Miran las tres lo quieto que sigue todo hasta que empieza a llover.
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