Nunca es tarde

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Es un día como cualquier otro en la oficina: estaciono mi carro en el mismo sitio que de costumbre, presiono el número tres en el elevador y me dirijo hacia mi silla frente al escritorio, esa en la que me he sentado los últimos nueve años. Enciendo la computadora y mientras cargan el Exel, WhatsApp Web, Google Chrome y demás programas voy hasta el comedor para servirme un café. Busco y rebusco mi taza de siempre en las alacenas, pero no está por ningún lado. Comienzo a perder la paciencia. Me debato entre preguntar si alguien la agarró o de plano no tomar café hasta que algo llama mi atención: en el fondo de la alacena veo mi vieja taza de Sauron. No entiendo cómo llegó ahí, dejé de usar esa taza hace tiempo. La imagen ya está desgastada y tiene la oreja despostillada. Le retiro un trocito de cerámica levantado.

Recuerdo la tarde en que mi papá me la dio. Era mi cumpleaños dieciséis, recién había terminado de leer la saga del Señor de los Anillos y estaba fascinado con sus historias de fantasía y batallas épicas. Frodo siempre fue mi personaje preferido. Recuerdo que enseguida leí a Brandon Sanderson, ahí decidí que quería escribir mis propias historias medievales, llenas de magia, combates y romance. Estaba tan motivado que traté de estudiar Literatura Intercultural en la UNAM. Hice el examen cuatro veces… y como no me quedé, terminé en la Facultad de Contaduría. Esta carrera nunca ha sido lo mío, pero en esos tiempos seguí leyendo a más autores fantásticos y escribiendo en mis ratos libres. Sonrío sin proponérmelo pues vienen a mí las líneas con las que inicié mi primer cuento y…

Me interrumpo porque el café se derrama. Observo el reloj en mi muñeca, ya he pasado veinte minutos ahí, sumergido en mis sueños de adolescente. Tomo la tasa y vuelvo a mi escritorio. Abro la carpeta de documentos en la computadora y, antes de ir al archivo del balance general que debo terminar, una incipiente curiosidad me invade de pronto. Doy clic en la carpeta «S.M.» y me encuentro con varios documentos de Word. Me da un vuelco en el corazón a la par que siento un agradable vacío en el estómago, es una entrañable sensación que llevaba tiempo sin experimentar. Abro el documento titulado «La espada maldita, Saúl M. Pendiente por terminar». A la par que aparece una notificación del WhatsApp Web. «¿Viste la taza? Es para que recuerdes que nunca es tarde, querido», dice el mensaje que me envió Laura, mi esposa.

Sonrío y le doy un largo sorbo a mi café.

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