Ruta 13

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Realmente me esforzaba por convencerme de que cada día era un hermoso día, pero aquel vago pensamiento me duraba más bien poco, pues terminaba creyendo que mi vida era aburrida sin importar si fuera de noche o de día. Visitaba los mismos parques, escuelas e iglesias con igual monotonía. Tenía la esperanza de que algún suceso fantástico ocurriera: quizá ver un puente derrumbarse o, por lo menos, algún accidente automovilístico, nada de eso pasaba. Aunque rodeado de muchas personas, nunca nadie llamó mi atención. La gente que había conocido durante mi vida no se interesaba en saber mi nombre o edad, después de todo, ¿por qué les debería de importar?

El joven pálido se subió justo en el centro de la ciudad, supuse que venía de la central de autobuses, nunca lo había visto. Era un sujeto extraño, caminó hasta el final del pasillo y se sentó en una de mis múltiples butacas; en mi deplorable estado era ridículo pensar que alguien se interesaba en mí. Sus ojos se abrían cual búho para observar cada mínimo detalle, se dio cuenta de la suciedad de mis ventanas y de mis asientos rayoneados, me llené de vergüenza, no supe por qué.

Al contar el número de los pasajeros existentes, de inmediato tomó apuntes en su cuaderno. Los demás viajeros iban tan distraídos en sus teléfonos y no se percataban de aquel extraño comportamiento. Creí que en cuanto pasáramos cerca del panteón sacaría una pistola y nos asesinaría a todos. No me importaba morir, más bien me aterrorizó pensar que los cuerpos de los demás yacieran sobre mí, qué descabellado convertirse en un féretro, pero poco a poco la gente comenzó a descender y nada de eso sucedió.

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