
Me vi en el espejo y suspiré.
Me preparé para lanzarme al día. Ignoré la monotonía. Pude desconectarme de mí mismo ya sobre la calle vacía.
Recobré el sentido a unos metros de mi destino. Quería cualquier cosa menos dejarme atrapar entre los húmedos muros, el suelo de mosaicos y el eco de las voces que me preguntan por mí.
Hui sin saber a dónde; huía de mi destino que se quedaba detrás de mí como un chicle arrojado a su suerte.
Sabía que recibiría alguna señal para detenerme.
Fue el viento, una brisa de erosión del concreto, el calor de mis pies cansados de caminar; lo que me dejó sujeto a la herrumbre y el polvo, elevando mi rostro hacia el cielo y aprehendiendo la belleza que había perdido en mi vida.