
Me ofrecen un trago y recuerdo
mi ciudad secreta.
Esa ciudad de habitantes aturdidos,
sin mucho equilibrio.
Donde callé mi mente
e intenté inundar el vacío.
Donde el vómito es reflejo.
A donde regresé y hacia donde,
en malos días, me cuesta no girar el volante.
Esa de la que quise huir después del desmayo
y debajo del cartel de «vuelva pronto»
grité: «Rehab’ll only ruin my plans».
Donde hay manchas de mi sangre.
Donde quise detener el dolor
poniéndome frente a él.
En mi ciudad secreta no distinguía
si eran patrullas o ambulancias:
solo sabía que iban por mí.
En esa ciudad las cosas se esfuman:
su paciencia, su apoyo.
Recuerdo los primeros días alejándome:
el sudor frío, el dolor de cabeza,
temblar con la voz seca
y creyendo que puedo.
Me extienden un trago.
–No, gracias.
Estoy bien (por fin). Sonrío,
–Ya no tomo–. Suspiro.