Café cremoso

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El día de ayer fue hermoso, con las buganvilias vibrantes. Salí de casa a tiempo con un termo de café cremoso y perfectamente azucarado. La hiedra que escala la pared de la cochera irradiaba un verde vivo capaz de cambiar el humor de cualquiera, y los vecinos lo notaban cuando daban los buenos días. Camino al trabajo encontré los semáforos en verde, todos.

Alcancé un lugar cerca de la entrada a la planta y me salvé del caos de un montacargas fuera de control que dañó los autos estacionados afuera de los almacenes donde suelo aparcar. Chávez me saludó al entrar. Iba contento, ese día le darían un ascenso. Nos fumaríamos un porro después de que se lo confirmaran. De buenas, llevó donas y comimos entre trabajo y desmadre.

Chávez fue llamado a la oficina del jefe poco antes del almuerzo. Lo vi nuevamente en la cafetería, con la noticia del ascenso. Comimos plácidamente, de postre, aquella gelatina de café que tanto me gusta.

Chávez se adelantó a la parte trasera de los almacenes para fumar mientras yo iba al baño. Fue una cagada rápida, en realidad no me gusta estar en los baños del trabajo. Apenas salía de allí cuando escuché que Palacios me gritaba desde el otro lado del pasillo.

Uno de los contratistas, que arreglan la fachada de la planta, había dejado su caja de herramientas cerca del borde, alguien la pateó sin querer y el contenido se deslizó por los techos inclinados. Cayó encima de Chávez, quien seguro pensaba distraídamente cómo sería tener la plata del jefe y poder dedicarse a la fotografía, dando sentido al paisaje gris y plano de la zona industrial. Corrí a ver si podía hacer algo, pero fue demasiado tarde, un charco de sangre se extendía bajo su cabeza.

Después de eso el jefe me llamó a su oficina. Ahora me promocionaba a mí, dándome oficina propia y un aumento de sueldo. Saliendo, llamé a Noelia para darle la noticia. Quedé en llevar una botella de vino.

Nos dejaron ir temprano. De vuelta a casa me detuve en el súper y compré el vino. Nuestra botella favorita tenía un gran descuento. Aproveché para llevar dos botellas y unos bombones de chocolate que Noelia adora y que jamás me perdonaría que no comprara. En el súper también compré un raspadito. Gané mil pesos. El boiler ya empieza a fallar, así que el dinero servirá para arreglarlo.

El atardecer fue hermoso, rosado y blanco, tan pacífico.

Cuando Noelia volvió del trabajo le conté todo. «Parece que fue un día en que todo salió bien», dijo tiernamente.

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