Hoy decidí escribirte, aunque no estoy segura de hacerlo. Ya le he escrito a amores fallidos, amistades rotas e incluso a desconocidos. Mentiría si dijera que es la primera vez que te escribo, pues mis pensamientos siempre retornan a ti. No importa el momento o la situación.
Hace poco recordé una las primeras veces que lo hice. Todavía no sabía que era para ti. Tenía siete años e hice un cuento. Me lo leí un par de veces sin saber que en realidad estaba narrándote a ti.
Me he dado cuenta de que solo tengo dos opciones: odiarte o amarte. Es curioso cómo la intensidad de mis sentimientos hacia ti oscila entre estos extremos. No puedo evitarlo. Has estado siempre conmigo y te doy gracias por eso.
No importa cuánto me esfuerce por alejarte de mi mente. No importa si estoy en mi habitación luchando contra el mar de pensamientos que me invade cada noche, lanzándome en caída libre desde un avión con el corazón a mil por hora, o incluso si estoy sentada comiendo mi nieve favorita; tú siempre estás conmigo. Me sigues, me observas y me recuerdas que todo es efímero y que todo pasa.
No te voy a mentir. Tengo muchos sentimientos hacia ti. Me das miedo, me abrumas. Siento que nada de lo que haga es suficiente para ti. Me ahoga tu presencia. Supongo que es normal. Después de todo, no soy la primera en dedicarte mis palabras, ni mucho menos la última.
Pero mi miedo más grande es perderte. Lucho por aceptar que algún día tu no estarás, y por lo tanto yo tampoco. Solo te pido una cosa: permíteme conocerte un poco más. Quiero enamorarme de ti todos los días. Aprender y desaprender todo lo que pueda para que, cuando el día llegue, pueda despedirme sin pesar de ti.
Por el momento solo puedo darte las gracias. Sin ti yo no estaría aquí escribiendo. No me despido todavía. También te agradezco por eso.
Nos vemos.