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«¿Cuántas letras he gastado hablando de ti?», me pregunté al leer esas últimas palabras que acariciaron mi corazón desde lo más profundo. ¿Cuántas idas y venidas, derechos y reveses? ¿Cuántas búsquedas de culpables, de lágrimas y de risas agridulces?

 Todo terminó con una oración: «Lamento que hayas tenido que vivir algo como esto». ¿Quién eras tú? La piedad no formaba parte de tu retrato perfecto de villana. Ni la sonrisa cansada, ni los ojos rotos, o las arrugas en la frente te hacían ver aún más humana.

 Habíamos dado vueltas por cuatro años echándonos en cara lo que nunca obtuvimos de la otra, tirando la cuerda desde lados opuestos, buscando cómo asestar el siguiente golpe y molernos el corazón una vez más. Pero ahora veo a una mujer diferente: una adulta con el alma resuelta y una ternura que nunca le conocí.

 ¿Acaso en realidad fui yo la única que, al buscarte, intentaba justificar lo que había muerto dentro de mí? ¿Cómo explicas el dolor? ¿Cómo explicas la pena? ¿Cómo me explicas todo el tormento? Todas las emociones rasgando lo profundo de las entrañas, los ríos de mis ojos al acabar el día y la pérdida.

 El tiempo.

 ¿Realmente había pasado tanto tiempo? ¿El suficiente para borrarlo? ¿Era la única que recordaba lo que existió?

 ¿Existió?

 Quizá solo fuiste un cuento que me contaba en mi soledad al no encontrar a nadie que comprendiera mi intenso deseo de sentir hasta el alma, de querer hasta la muerte, de consumirme en mis decisiones apresuradas y mi poca tolerancia a la mediocridad.

 De ti ya he dicho todo: te monté sobre un pedestal, te hice daño, me rompiste desde dentro; ya he dicho que te amo, que te odio, que eres mi verdugo y que fuiste mi dios. Ahora que te cuento algo que he sentido por primera vez, no has sido tú. Tus palabras son tan dulces y desinteresadas, que quiero llorar. ¿Cómo le explico al mundo que nunca te había visto hasta este día? Me da risa, me da rabia y me da llanto. Se me atora todo lo que se supone debería sentir al haber sido usada por mi mejor amigo.

Ya no importa él. Nunca fue importante. Tú eres por quien empecé a escribir. Ese fue el problema. En el mundo de las palabras la persona más simple se vuelve protagonista. Pero tú ya no eres la persona a quien escribí.

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