
Con el tiempo me he dado cuenta de que el amor no es el equivalente a la felicidad. La felicidad puede ser una idea, un sueño, un hallazgo, una construcción, incluso un tonto deseo, pero jamás se relacionará de manera directa a la felicidad. Ahora sé que he sido una tonta al tratar de buscar la felicidad en otra persona. Así no es cómo funciona.
A veces él ponía un tabique y yo ponía tres, y viceversa. Creíamos que poco a poco se compensaba, pero no era así. Si en verdad quieres que algo tan complicado e inexplicable como el amor funcione, hay que dejar de buscarlo en el otro. He tratado de entenderme como mujer adulta, como persona madura e inmadura, responsable e irresponsable a la vez; como un ser que es y será diferente, que tiene problemas y trata de resolverlos. He intentado concebirme como lo que soy: una adulta con alma de niña, mujer soñadora, creativa y loca. Soy una irremediable lectora y escritora; hija, hermana, amiga, compañera. Ser inquebrantable y sensible, solitario y tranquilo, introvertido. Me he encontrado de mil maneras y, con el tiempo, he dejado de buscar ese amor que tantos desean y creen que encontrarán.
Ahora, después del huracán, quiero construirme de nuevo; disfrutar la vida con piezas de todos los colores y formas, como un vitral bajo el sol. Si en su momento aparece la persona indicada, jamás dependeré de ésta; jamás cometeré ese error de nuevo.
Ahora, dejo en claro que el amor es de uno mismo y uno decide si darlo o no. El amor se construye en todos los ámbitos. El amor nunca nos llevará a la felicidad.