
Palmas, Veracruz, 06 febrero.
Hola, ¿cómo estás?
¡Qué tonta se escucha esta forma de iniciar! No sé cómo redactar cartas, pero necesito escribirte para agradecerte por salvarme aquel día.
Me encontraba sola en mi habitación. Hace dos años que me había ido de casa para buscar un mejor futuro. Dejé a mi familia y me llevé solo mis sueños de provincia. Desde ese momento no hay día en que no me sienta sola. Aunque me encuentro a cuatro horas de casa, siento como si un océano entero nos separara.
Ese día que nos encontramos, estaba viviendo el peor momento. Me sentía sola y vacía por dentro. Nada tenía sentido para mí. Solo podía llorar sin saber la razón. Solo pude recostarme en mi cama y cerrar mis ojos intentando sentirme menos solitaria. Pero parecía que todo a mi alrededor era silencio. Tomé mi teléfono y busqué a alguien, cualquier persona, pero no vi nada: no había mensajes, llamadas, ni amigos. Nada. Solo pude sentirme más miserable.
Realmente era un día malo; uno de esos días en los que la vida no tiene sentido y solamente quieres dejarlo todo. En los que deseas volver a cuando tenías cinco años y eras feliz en casa. O simplemente desaparecer. Dejar de existir. Solo podía rogar que alguien me salvara de mí misma.
Pensamientos maliciosos llenaban mi mente. No quería dejarlos ganar así que, con la poca fuerza que me quedaba, salí de mi departamento. Miré las plantas, toqué el suelo con mis pies descalzos y dejé que el viento tocara mi rostro. Pero nada funcionaba. En el momento en que me dispuse a dejarlo todo, logré ver una pequeña criatura majestuosa y de colores brillantes: un colibrí revoloteaba sobre un durazno en floración. Las lágrimas brotaron. Solo pude dejarme llevar por el llanto, mientras susurraba «Eres tú».
Caminé hacia el colibrí, lo vi volar y luego alejarse. Extrañamente me sentí en paz.
El colibrí es el mensajero encargado de comunicar a los amantes. Desde que lo vi, supe que tú lo enviabas para decirme que me amabas aún sin conocerme. Pensar que estabas ahí me dio motivos para vivir.
Realmente no sé quién eres. No conozco ni tu voz, ni tu rostro y, aunque sé que es probable que no existas, simplemente quería decirte: gracias por salvarme aquel día.