
Escribí una carta llena de elogios para mi madre. Le agradecí por su amor incondicional, por todas sus fuerzas para ayudarme a volar y emprender mi propio camino; le dije que estaba orgullosa de su enseñanza, de lo que sembró en mí para hacerme una mujer con confianza; le hablé de los sueños que he conseguido gracias a los pasos firmes que ella me hizo dar; le conté de lo segura que soy en mis relaciones y, que, si pronto me casaré para ser muy feliz, es porque ella me mostró el camino con su propio amor.
También le dije que la amo, que no la resiento, y que no la extraño por el tiempo que ha pasado sin que vuelva a verla.
El tiempo real ya ha transcurrido, y con él me transformé poco a poco en una piedra gris que debe mantener a raya sus emociones para no ahogarse en angustia.
La angustia que te ha carcomido por años, porque tu madre lleva dentro de ella un león narcisista que pasó tu infancia devorándote sin que te dieras cuenta. Y lo que notas ahora es que no importa cuántas cartas escribas en la terapia de recuperación, ni cuánto contacto cero pase, ni cuantos consejos recibas… la madre a la que quieres escribir no existe. Nunca existió. Toda la manipulación emocional, todo el efecto que ha repercutido en tu vida como una adulta frustrada, sin alas, sin confianza, sin buenas relaciones ni amor propio, es la pesadilla de la cual esta piedra gris que eres no puede despertar.