Te acercas a la cueva de las estelas inmóviles,
exploras el camino abandonado, resbalas.
Los surcos
se pierden
hacia adentro,
te jalan,
arrebatan el tiempo.
Llegaste de noche,
con el paso apresurado.
Quisiste transitar sin sorpresas.
Tu mano izquierda perdió peso,
¿ves? Se desprende,
se absorbe en la humedad del fango.
Los dientes que traías
se han comido tu lengua,
ya no hablas,
temes,
se fue la ubicuidad clara.
Distingues mi cuerpo a lo lejos,
sí, flota,
duerme sobre hojas añejas.
Has llegado.
Los dedos que te quedan tratan de llamarme.
Estoy sorda, sueño, no te he visto.
Nunca me habías encontrado.
Mis ojos no conocen la inmensidad de tu tierra.
Corres, sudas, quieres tocar mi boca.
No respondo.
Estoy suspendida en el letargo de la angustia.
Te estiras, no llegas,
es tarde,
mi boca se transforma,
no despierto.
Estoy por convertirme en lagarto,
en quimera, elefante,
en serpiente.
Me miras elevarme,
perderme,
subir a la cúpula prohibida,
estoy muy lejos, lloro,
ardo en llamas.
Mis labios han sido consumidos por la asfixia.
Quedará de mí nada,
apenas un leve tiento.
Lo verás todo
y no tendrás palabra,
ni dientes ni lengua,
ni agua salina.
Te has quedado sin horas.
Los peces de tu vientre
se salieron del bolsillo,
te persiguen,
comen tu nariz a mordiditas.
Te desvaneces
y despedazan tu tráquea,
hacen el festín rojo.
Morimos,
sucumbimos a la fuerza.
No podremos juntar las manos.
El musgo está vacío.