Hoy murió papá. ¿O fue el sábado? No lo sé, quizás. El viernes todo parecía estar bien, di mis condolencias el domingo, el lunes lo olvidé y hoy martes lo pienso. ¿Por qué? No me sirve ninguna respuesta, duele, pero no puedo llorar porque no hay ninguna posibilidad en la que no haya muerto.
Te conocí por otros ojos, vi cómo venías para llevarme a casa; no importaba en donde me encontrara, a cualquier lado tú ibas por mí. Me ayudabas a cargar mis cuadros, mis primeros dibujos eran para ti, me diste muchos intereses, me apoyabas en todo, eras parte de mi todo. Aunque no estuvieras tan de acuerdo con algunas de mis ideas, siempre intentabas entenderme.
El domingo no podía pensar en un mundo sin ti, no sabía cómo funcionarían las cosas. Éramos un equipo. No recuerdo nada del momento en que nací, pero gracias a una foto puedo saber que te veías tan feliz de ser padre, de tenerme en tus manos; siempre procuraste lo mejor para mí, pero ahora, no sé qué es lo mejor para mí. Busco consuelo en todos lados, en el cielo, en consejos, en seguir como antes, pero nada se sentirá como antes porque todos mis pensamientos saben que ya no estás.
Desde que supe la noticia, no podía concebir cómo sería el mundo de mi amiga sin su padre, no lo quería creer. Solo podía imaginar que, si yo estuviera en una situación así, el dolor sería tan grande que no podría soportarlo. Pero, si el mío muriera, mi vida seguiría igual, no lloraría, me tomaría unos minutos asimilar la noticia, y el martes quizá ya lo olvidaría. Nunca construimos un vínculo. Le agradezco por lo que pudo o quiso hacer. Pero, por desgracia, yo necesitaba más. Aun así, no hay rencores de mi parte, y espero que él tampoco me tenga rencor.
No sé si quisiera tener un padre que forme parte de mi vida, pero que su partida me deje un agujero en el alma que me haga tenerlo presente en cada acción que haga. Quizá estoy bien así, sabiendo que esa situación es un dolor que me ahorraré. Sin embargo, es imposible ahorrarse dolor en la vida.
