Todas estamos muy nerviosas. La elección para ser la nueva gran bruja está cerca y no hay nadie que lo desee más que yo. Me he esforzado en todos los retos mágicos: fabricar pociones, memorizar el nombre de cada planta medicinal, perfeccionar mis habilidades para leer la mano y hacer la mejor tarta de calabaza.
Pero no es suficiente, mis esfuerzos son opacados por las habilidades de mis hermanas, ellas son mejores. No debería de compararme, pero es inevitable. Trato de encontrar una solución y solo se me ocurre una que está prohibida: las cartas del Tarot. La gran bruja nos advirtió que al usarlas seríamos merecedoras de un castigo.
Para este punto, no me importa cuál sea la pena, solo quiero ganar.
En mi habitación saco un manojo de cartas y trato de acomodarlas lo mejor posible sobre el mantel púrpura de la mesa, en unos cuantos movimientos obtengo mi respuesta.
El día ha llegado, mis manos sudan y mis piernas no dejan de temblar. Al encender la fogata mis ojos se pierden en las salvajes llamas, alzo los brazos instintivamente y todas mis hermanas levitan alrededor de mí. La gran bruja queda petrificada en el suelo mientras grita mi nombre acompañado de un sin fin de maldiciones, pero yo no la oigo. Ella ya no puede hacerme nada, el fuego se ha adentrado en mí, su llama me ha quitado el miedo y ahora soy la líder.
Ese era el secreto, todo lo decían las cartas.
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