
La carta es un habla,
el poema de una sinfonía,
el café del día,
el hola de un comienzo
y el adiós de una noche.
Más allá de la velocidad de la pluma
queda una visión:
sabiduría.
¿Cómo perduran las estrellas sin galaxias?
Mediante las cartas.
Escribe con el Sol en la mano
y la Luna en el pecho.
Explota tus pensamientos y
crea una teoría de atracción.
Sintoniza el tiempo y
transfórmalo en espacio.
Convierte la molécula en nada
y abrázala con la niebla de la tierra.
No olvides tus raíces:
los orígenes de la bondad.
Empatiza con el tiempo,
con el porvenir del destinatario.
Cuenta las abejas de la memoria
que aún te sobra.
Redacta con calidez, con sensibilidad,
recuerda un escrito profanado,
encontrado.
Transmite con la verdad, con la sinceridad
que ahora nace dentro de tu alma.
La carta es una estatua de seres verdosos:
llenos de conocimiento y amenidad.
La carta recorre el tiempo pasado,
vive el tiempo presente y
se prepara para el tiempo futuro.
Es una manifestación artística:
llega a ser colectiva cuando
los sentimientos nacen de
un recuento de artistas sin
armonía por fuera, pero llenos
de vida por dentro.
Una carta es una lengua íntima,
un lenguaje de signos trascendentes
de los sentimientos.
Una escritura del mundo,
un retrato de lo desaparecido y lo hallado,
un universo compartido,
un suspiro de los domingos
y el anhelo de toda una vida.
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