Un vaso, ¿de vidrio?

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Un río recorre el frio cristal, maderos atrapados se dejan sentir con la mirada y en el reflejo que la luz envía a sus ojos observa su figura vuelta imagen. Un cuerpo recto y frágil le condena al fin último; lo encarcela en el propósito único. 

En tanto que la desgracia de una mano torpe no conoce su ubicación exacta se desvive entre babas, jabón, agua y refresco. La vida al vidrio es sencilla, una lucecita te atraviesa el centro, un rayito de color irradia el interior o, en casos contados, una luz arcoíris te usa para existir. 

Un vaso de vidrio es solo poco más que uno de plástico. El vaso de vidrio es bello, refresca el líquido que toca aun cuando solo haya deslizado su cuerpo entre el agua por un instante. El vidrio se volantea entre un jugo de naranja por la mañana y el precipicio de la mesa. Es bello porque uno sabe que se rompe. Las cosas que se rompen son bonitas en tanto su potencia de romperse es idea y el vaso de vidrio no ha resbalado por la cornisa del descuido. Todo es hermoso en cuanto es finito.

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