Mi guía

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Lo primero que escucho es el agua de la llave y la voz de mi mamá cantando con la música de la radio. Abro los ojos.

Es la sensación más tranquila que puede albergar mi corazón. Cuando estaba en la primaria, mi mamá debía irse a trabajar, nos dejaba solas y no podíamos verla, se iba muy temprano y regresaba cuando ya nos habíamos dormido mis hermanas y yo. 

Me siento feliz cuando mi mamá está presente. Con su dulce y fuerte canto por las mañanas, me enseñó que cantar nunca debe darme pena, al contrario, es una actividad que me hace sentir bien y puedo disfrutar.

A veces, cuando estoy estudiando o trabajando, la escucho cantar, y aunque no tenga música o no conozca la letra completa de las canciones, ella inventa sus propias rimas o tararea solo para continuar.

Poco a poco establecí acuerdos conmigo y me acerqué a aquellas actividades donde estaba la esencia de ella. Comencé por unirme a coros, primero a parroquiales, donde ella siempre me veía cantar, y después a coros universitarios.  

Mi mamá no solo me transfirió su pasión por el canto, sino su alegría de vivir y su pasión por aprender. Ella me transfirió todo lo que pudo a partir del deseo más grande que siempre tuvo: asistir a la escuela. 

Recuerdo cuando nos relataba sus historias, algunas llenas de tristeza y otras de inspiración. Cuando mi mamá era niña, deseaba tener libretas y libros con olor a nuevo, crayolas, colores, una goma y un buen sacapuntas para afilar la punta del lápiz cuantas veces quisiera. 

La hora de la comida era el momento perfecto para escuchar sus historias en familia; distintas anécdotas que tenían el mismo mensaje y una reflexión cargada de sentimientos: yo no pude, pero tú podrás. 

A través de horas de pláticas con esa reflexión, me enseñó a ver con amor el tiempo que pasaba en la escuela, los libros y libretas que llegaban a mis manos, a valorar la oportunidad de tener un lápiz y colores para poder hacer las actividades y tareas, que, aunque no eran demasiados, eran los suficientes. 

Jamás olvidaré el día que me titulé de la universidad. Había cumplido uno de los sueños que a ella le hubiera gustado realizar, juntas realizamos esa meta y se transformó en un objetivo común y especial: lograr que el nombre de mi mamá estuviera escrito en las dedicatorias de mi proyecto de tesis. Mi mamá, sin haber ido a la escuela, me transmitió su pasión por el estudio y el conocimiento, sin ella, no sabría dónde estaría, sin ella no sería nada de lo que soy ahora.

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