Efervescer

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Han pasado varias horas de la madrugada. La oscuridad casi domina la escena, si no fuera por el destello de la luna que logra iluminar algunos rincones de los hogares. En la penumbra se escucha la voz de una joven al teléfono, está tendida bajo las cobijas, evitando ser escuchada.

      —¿Quieres saber qué soñé ayer? —pregunta el chico al otro lado de la línea. El tono de su voz se escucha más quedo que en toda la conversación, como si algo contuviera su voz. El relato comienza. Sus facciones cambian luego de los primeros segundos. 

       El clima es el mismo, pero a ella le parece que ha descendido la temperatura. Está petrificada, es como un hielo bajo el sol de la mañana. Se pierde en sus recuerdos. Han hablado por varios días, en compañía de la madrugada contaron sus secretos, sus aventuras y sus desgracias. 

       La confusión la posee. Su piel se eriza, como si tuviera frío, en cambio siente como su temperatura asciende. Escucha con atención, disfruta de la voz que sale de su celular, la manera en que ésta parece volverse profunda y áspera, como si a cada momento se le dificultará más respirar o hablar.

       Esa voz acaricia su cuerpo a la distancia. Cierra los ojos. Bajo las sábanas su mano libre se pierde dentro de su pijama. Un calor húmedo inunda su cuerpo, mientras tiene la sensación de que cientos de hormigas caminan por su piel. Del otro lado de la línea se escucha un suspiro entrecortado.

       Su turno. Le cuenta la forma en que vibra cada centímetro de su piel. La electricidad que la recorre de pies a cabeza. Él se pierde en la música que siente en la piel. Ambos han adquirido un color rosado en las mejillas, gotas de sudor navegan por su frente y espalda. Son como agua hirviendo, cada segundo aumenta su calor, los hace efervescer.  

      Olvidan el pudor. Por un momento rompen las barreras del espacio y el tiempo. Sienten como si las paredes de su habitación se expandieran, desapareciendo. Se encuentran ambos en el mismo sitio. Perciben su aroma, su temperatura, su respiración y el sudor que se extiende por todo el cuerpo.

      Ya no hablan. Tienen el mundo a sus pies. Han descubierto un poder oculto que les vuelve dioses momentáneos. Con una sincronía perfecta, algo frío nace en el pecho de ambos y baja hacia su abdomen como si hubieran comido un helado entero, sin dar ni un mordisco. Esa sensación helada se convierte en calor y luego en la nada, una sensación de estabilidad que se conjunta con la lluvia que se ha desatado fuera de sus ventanas.

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