
Abril me trae recuerdos, recuerdos de cuando te fuiste, cuando días antes dijiste por última vez «hagámoslo una vez más». Esto pasó ya hace dos años y heme aquí escribiéndote estas líneas. Pensando en el último recuerdo que tuvimos juntos, ese donde me dejaste.
Donde no fue necesario decir nada porque ambos sabíamos y sentíamos todo. Fue ese momento donde solo estábamos tú, yo y nuestro escenario imperfecto.
Esa puerta que hoy paso día a día sin ninguna importancia, aquella donde me dejaste sin palabra alguna y desde donde solo te alejaste. Donde solo pensaba en la promesa que nos hicimos cuando inició todo esto: «donde sea que estés, te volveré a encontrar pase lo pase». Fue entonces cuando te marchaste sin dar vuelta atrás.
En ocasiones me invade el pensamiento “debí de ir por él”, aunque no era el momento y lo sabía y tú no querías que lo hiciera; ambos sabíamos que debía quedarme ahí parada en esa puerta y saber renunciar a lo que ya no podía prosperar por miedo a perdernos más.
Un año después de irte aún tengo la sensación de tu pregunta «¿te casas conmigo?», pero, aunque la hubiera aceptado, ya era tan denso el drama que teníamos que lo bonito que hubiéramos querido crear no prosperaría. Y ese sería el mayor error, después de haberte perdido.
Ese abril de hace dos años no podía dejar de verte caminar. No vi tus ojos, no oí tu risa, ni toqué tu mano, solo observé tu espalda alejarse.
Dos años después, por fin logré escribirte un pedazo de mi corazón y soy muy feliz, aunque no sepa nada de ti. Escribo, borro, vuelvo a escribir y vuelvo a borrar. Esto no te va a llegar, pero sé que te voy a encontrar en algún momento y hoy que somos más maduros podremos conversar o quizá no, pero nos veremos.
Lo espero, créeme, lo estoy esperando.
41