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Creía que el viaje despejaría su mente tan pronto tocara el agua. Pero no. Tenía el documento de Word abierto con el cursor parpadeando mientras Katya remojaba sus piernas morenas bajo el sol cancunense. Las palabras siguieron atascadas donde las había dejado: antes del último punto final que había escrito años atrás. Desde entonces, sus textos no tenían punto final ni pasaban de dos páginas con listados de ideas.

Tan pronto como dejó su empleo en el periódico las letras se fueron, provocando una sequía de ideas. Las cosas que creyó que desatarían el impulso creativo no figuraron más allá del diario que a veces escribía con insipidez. Ni la enfermedad de su mamá ni comprar un departamento con la belleza trigueña que era su novia, crearon historias, mucho menos dieron sentido a años en la redacción; inútiles ante la inmensidad de la hoja en blanco, del final del renglón inalcanzable y de la fantasía de un punto final.

Su tío, reportero de La Prensa, aseguró que estudiar periodismo potenciaría su creatividad como novelista, pero ahora se jalaba los pelos de las sienes ante la convocatoria Concurso de cuento. Tema Libre. Durante años le dijeron sobre qué escribir y con qué palabras. No había manera de que él, sin ser Gabriel García Márquez, pudiera experimentar con la palabra ni con sus pasiones literarias.

Pasó a identificarse como un autor en bloqueo cada que Katya lo presentaba a sus amistades. ¿Qué has escrito? Aún nada, estoy en bloqueo. Y aunque decir que era escritor era su mayor orgullo, se preguntaba qué tan cierto era cuando no pasaba de dos raquíticos renglones. 

Entraba a Twitter, a Facebook. Chismes, noticias, fotos. Textos y textos que él no había tomado y que no había escrito.

Ni pa’ Dios, ni pa’l Diablo, se dijo, mirando a la ventana. Qué desperdicio de clima sobre el abdomen del coach de aerobics, que no necesitaba el bronceado. Miró sus piernas blancas y estiró los vellos de su tibia. Al menos cuando andaba en la redacción escribía, lo que otros le decían, pero escribía.

¿De qué servía un tema libre si no sabía sobre qué escribir? ¿De qué sirve el mar a quien no se anima a nadar? El tema libre era un mar que no estaba listo para explorar, pero tampoco quería ser de esos autores que son tan arrogantes como para escribir lo que les dicen pero tan cobardes como para escribir lo que quieren.

Pero qué se le hace, pensó, calzándose las sandalias. El clima está riquísimo, el periódico me mataba, y yo soy un artista. Mejor vamos a aprovechar este mar, dijo, y bajó con Katya, a quien intentaban convencer de entrar al grupo de aerobics de las dos de la tarde.

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