
Con un desfibrilador y la prosa más linda del mundo
(pues me la mandaste tú),
me doy cuenta de que quizás el peso de los libros y las canciones
es compartido.
¿Cuánto aguantaremos siendo una dedicatoria triste
hasta que volvamos a esa adicción de antaño?
Esa adicción que odias (porque sé que a veces me odias),
que odiamos (porque admito que, por eso, yo también te odio un poquito)
pero que es tan tuya como tú misma, y tan mía como yo misma,
y a pesar de las amputaciones y rasguños
sigue creciendo entre nosotras.
No finjas que no necesitas una inyección cada vez que desaparezco.
Ya me cansé de ser la única estúpida
extrañada por la presencia de la sangre entre mis venas
llorando por poemas no destinados
pero que tienen nombres silenciosos
en indirectas tan necesitadas que ninguna resucitación
podría salvarlas de la inevitable muerte de lo que fue
y no se puede encontrar más.
Una reliquia familiar rota por pelotas de titanio falso
lazadas delicadamente por sombras del pasado
y arpones en un mar eléctrico de palabras.