Un mundo para todos

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Había una vez, en un recóndito bosque de árboles enormes, sabios gigantes que, a través de muchos años, habían visto al glorioso ecosistema retoñar y florecer. Los pinos y encinos lograban ver y admirar el gran paisaje desde todo lo alto. Mientras tanto, había otros seres más pequeñitos que siempre se encontraban a los pies de estos grandes ejemplares.

—Hey, aquí abajo —decía un honguito.

—Estamos aquí, no nos olviden —decía su amigo.

Los honguitos, al ser más pequeñitos, veían el suelo y nada más allá de eso. Ellos soñaban con crecer y ser tan grandes como los árboles de aquel bosque para así, algún día, ver aquello que contemplaban con gran asombro los guardianes. Eran tan pequeñitos y siempre se la pasaban viendo hacia arriba, pero lo que ellos no sabían es que eran tan grandes como esos grandiosos árboles, e incluso más. Con el paso del tiempo los honguitos seguían creciendo internamente en la tierra, se extendían y conectaban con otros hongos que habitaban el bosque.

Un día, un honguito cansado de mirar hacia arriba y anhelar ser tan grande, decidió mirar a sus pies, y se dio cuenta que ya era más grande, pues se extendía por una larga, muy larga distancia. Asombrado y muy feliz, se lo comunicó a sus hermanitos y juntos se dieron cuenta de que también había un gran mundo debajo de ellos. Era un gran ecosistema que ellos podían ver gracias a su particular tamaño, apreciando así otro mundo, uno más interno, igual de maravilloso.

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